martes, abril 12, 2011

... y empecé a adorar

El cielo parecía cada vez más gris, los olivos que hace unos días parecían guerreros centinelas que nos protegería de cualquier gigante, después fueron tristes recuerdos de un sueño no cumplido. El viento que venía del mar solía empujarnos desde el oeste a enfrentar hasta al mismo Cesar, y poco después  no era más que un bochornoso aroma a sal…  Alguna vez mencionó la sal como algo bueno, recuerdo que cuando nos comparó con sal me quedé un tiempo tratando de descifrar qué significaba; después, aún sin descifrarlo, me convencí que algo bueno debería de ser.

Pensé que todo estaba sucediendo para bien, me aferré a aquel hombre como si fuera lo único que tuviera en el mundo, y de hecho así era, mirando hacia atrás ya no tenía casa, ya no tenía familia, ya no tenía trabajo, ya no tenía nada más, solo a este hombre y aquella ilusión de conquista, de éxito, de libertad; y más que una ilusión era todo aquello, era algo real, tangible, yo lo vi con mis ojos, vi como las vidas eran transformadas, vi lo que nadie jamás había visto antes. ¡Algo grande, mucho más grande que yo y que cualquier cantidad de patriotas frustrados estaba a la vuelta de la esquina! ¡La verdad, la libertad, el cumplimiento de la promesa! Ya después tendría tiempo de repensar mi vida, ahora, ¡esto era más importante que mi vida misma!... Y de pronto…

Un arresto,  golpes, maltratos, todos huimos, corrimos como ratas, traicionamos y sentimos la traición, la fortaleza aparentemente indestructible que habíamos construido sin manos, solo acompañándolo, era derribada, nuestras armaduras deshechas, y nuestro baluarte…,

Nuestro libertador…,

Nuestra esperanza……

Perdón, pero no sé que hay en mi corazón: si tristeza, si irritación, si frustración, si enojo, si desesperanza.
Lo construido en meses, en años; entre tempestades, multitudes, risas, llantos, aplausos, críticas, milagros y soluciones simples a problemas eternos; fue destruido en una noche, una noche de miedo, una noche de soledad, una noche de escape, una noche de alaridos que penetraban las paredes y desde lo alto caían como meteoritos en nuestra culpabilidad, en nuestro terror, en nuestra parálisis, en nuestra cobardía.
¿Qué hubiera sido si alguien se hubiera levantado en defensa? Nunca lo sabré.

En fin, aquel día decidí irme de aquí, Cleofas y su amigo me dijeron que irían al este, a Emaús, yo sinceramente no quería saber más de nada ni de nadie que me recordara los últimos meses, así que decidí viajar lejos, al este, quizá más allá del Jordán.

Algo pasó por mi cabeza que decidí, antes de olvidarme por completo de todo, despedirme de algunos amigos. Llegué al aposento en medio de una gran confusión, algo había pasado con la tristeza enmudecedora de unas horas antes: ahora había gritos, lágrimas, discusiones,  gente yendo y viniendo, algunos de los doce no estaban, entre ellos Pedro y Juan, creo que Tomás.

Magdalena no dejaba de llorar, María, la de Jacobo, no dejaba de hablar pero no recuerdo haber entendido una palabra. Juana estaba en un rincón, como ida, como perdida. Y fue como lo escuché por primera vez, José se acercó, seguramente motivado por mi cara de asombro en el umbral de la puerta, y me dijo que el sepulcro había amanecido vacío, en principio me encolericé contra el sanedrín más de lo que ya estaba, “¡¿Qué no tienen compasión?!” Grité, y casi inmediatamente él me corrigió: “No fueron ellos” dijo, “ni los romanos”.

Cuando empezó con aquello de los dos ángeles y el terremoto mi mente comenzó a divagar. No podía creerlo. Estos que habían sido mis amigos habían perdido la cabeza, la histeria se había apoderado de ellos y se contaban historias fantásticas unos a otros. Entonces regresaron Pedro y Juan. “¡Es verdad!” gritaron de tal modo que todos escuchamos, las discusiones terminaron súbitamente, el llanto aumentó. Y muchos seguimos sin creer.

El silencio se apoderó de todos nosotros, solo unos susurros por aquí y otros por allá, y así llegó la noche.
Tomás no llegó, los otros diez estaban juntos, casi cerrando un círculo con algunas de las mujeres, recuerdo a María, Su madre y a Magdalena. Los demás estábamos por todos lados, en grupos de tres, de dos, o solos. Nada podría hacerme creer aquello, pero aún así no sabía que pensar. ¿Quién habría sido capaz de armar algo así?, ¿con qué propósito?

Entonces llegó la luz, la interminable luz. Él entro sin haber abierto la puerta, habló con autoridad, pero el peso de Su Gloria me golpeó en la razón, no recuerdo sus palabras. Solo recuerdo que sonrió, habló, y comió.

Y solo recuerdo que mi cuerpo cayó de rodillas…

...y empecé a adorar.

4 comentarios:

Mamá-Z dijo...

Estoy llorando. Acabo de terminar de leer... y estoy llorando. ¿Y estas lágrimas? ¿Son acaso las del re-encuentro, de la conversión, de la aceptación del misterio? No (aunque ganas no faltan). Estas lágrimas son las lágrimas que provoca la belleza profunda de un texto, algo así como pensar en el Gran Desaparecido mientras se escucha música de Arvo Pärt.

¿Pero quién eres, Ghost? El domingo, durante la comida, tres personas nos preguntamos: ¿Quién es Ghost? Seguimos sin saber.

Mamá-Z dijo...

Sospecho que Ghost es mujer, que tiene 38 años de edad, que es cristiana y que fue mi alumna a fines de los 80.

Ghost dijo...

¡3 de 4!

Mamá-Z dijo...

Ghost es hombre: 4 de 4.